domingo, 20 de marzo de 2016

Solo dos.

Dos son las piernas que marcan mi camino, que me ayudan a correr para olvidar o que me aminoran el paso para mirar y disfrutar del camino, las vistas y la compañía.

Dos manos que se aprietan en una primera presentación, una entrevista, como gesto de respeto, el comienzo de algo que puede ser muy bueno.

Cena para dos, la de risas, confesiones, sonrisas fugaces o lágrimas inesperadas pueden darse en una cena para dos.

Dos tiros libres cuando alguien te hace falta en tu jugada magistral. Dos que sirven para pensar, para marcar y adelantar el marcador y quién sabe, si para dar la victoria a tu equipo.

Dos personas que comparten, dan de lo suyo al otro sin esperar nada más que una sonrisa, un gesto de agradecimiento y saber que eso hace feliz al otro.

Dos personas se necesitan para dar un abrazo, de esos que aprietan fuerte y rompen todos los miedos o de esos que con su suavidad y calidez te hacen sentir en casa, protegido.

Dos pasos, tu paso hacia mí, mi paso hacia ti, y la distancia se acorta y con ella se acercan muchas otras cosas.

Dos meses, puede cambiarlo todo, pueden ser lo que marquen donde estas, con quien o hacia donde quieres ir. Dos meses de descubrimientos, de crecimiento y de afirmaciones.

Dos frases que no faltan nunca, que se echan de menos si no están, ese “¡Buenos días!” que lo empieza todo y ese “¡Buenas noches!” que marca el final, pero solo hasta el siguiente día.

Dos excusas que sirven para verse, y digo dos porque una es tuya y otra mía.

Dos detalles que indican que este es el momento y que como este no habrá nunca ninguno igual. 

Dos son las manos que se juntan al perderse por cualquier rincón.

Dos los ojos que se miran y se dicen tanto sin ninguna palabra.

Dos palabras que dichas de una persona a otra, las dos indicadas y de verdad pueden cambiarlo todo.

Dos segundos que cortan la respiración, que generan un instante en el que algo se convierte en distinto.


Dos besos, y solo dos, para que siempre queden ganas del tercero.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Hablemos de emociones

¿Nos dan miedo a las emociones? 
¿Las evitamos?

Muchos podréis decir que estoy loca, que a veces lo estoy un poco, y que se me ha ido la pinza y todo el mundo disfruta de las emociones y le encanta sentir, pero humildemente creo que no es así.
Párate un segundo y piensa la última persona que viste llorar o a aquella que viste triste y te mostró su tristeza. Y ahora recuerda a alguien que reía a carcajadas o que te hablo de algo maravilloso que le había sucedido.
Probablemente encuentres antes un recuerdo de la segunda propuesta que de la primera, y ambas son emociones y ambas las sentimos a lo largo de la semana, en mayor o menor intensidad. ¿Cuál es la diferencia entonces?
Pues creo que es clara, aunque no se exprese muchas veces, la alegría esta socialmente aceptada y es positiva y buena, mientras que la tristeza tiene siempre una connotación negativa y va unida a esa típica frase de “Pero no estés triste, tampoco es para tanto. Ya pasará”.
Pues claro que la tristeza va a pasar, igual que el enfado y la alegría, pero debemos darnos permiso a sentirlas.

Enfadarse de vez en cuando no viene nada mal, al contrario, es bueno para nosotros, nos ayuda a marcar limites, a demostrar a otros lo que no nos gusta o aquello que no sienta mal y nos puede herir. Es cierto que cuando el enfado es desmedido puede herir a los demás, por ello hay que saber controlar y sobre todo saber expresar nuestro enfado, pero hacerlo y no guardarlo, porque un enfado reprimido puede consentirse en una bomba a punto de explotar en cualquier momento, y ¿sabéis lo que pasa con esa bomba? Que o explota con la persona que no se merecía que explotase o la explosión es tan grande que lo desborda todo y arrasa, y tras ella deja nada.

La tristeza, a mí me gusta la tristeza. Me gusta tener momentos de ausencia, porque me enseña a valorar lo que tengo y me ayuda a ponerme metas para trabajar y conseguir aquello que me falta. También me regala momentos de recogimiento, de autoescucha, de pensar en mí y cuidarme. Me hace tomar conciencia de mi vida, de lo que va bien aunque a simple vista no sea capaz de verlo y de lo que falla, y detectar porque falla y como puede mejorar. Esto no quiere decir que me pase los días tristes, pero si un día me levanto más apagada, me lo regalo y lo disfruto de otra manera. Seguro que gano más que escondiéndolo y mostrando una triste sonrisa. Y llorar, pues también lloro, y antes me avergonzaba hacerlo y reconocerlo pero ahora no. Para mí no es señal de debilidad, al contrario, para mi es fortaleza. Me rompo, rompo a llorar y una vez que he llorado, veo las cosas con más claridad, me recompongo y vuelvo a la carga. A veces es bueno romper, te da la oportunidad de recolocar las piezas y ver las cosas desde otra perspectiva.

Miedo, que bonito es el miedo. Nos pone alerta y nos recuerda que no todo lo podemos hacer y que reconocer eso ya nos hace enfrentar al miedo. No podemos dejar que este nos paralice por completo, pero si ese ratito que nos da la oportunidad de valorar las diferentes opciones y decantarnos por la que más viable y positiva puede ser para nosotros. Me gusta tener presente la frase que dice “los valientes no son los que tienen miedo, sino aquellos que a pesar del miedo siguen su lucha”.

¿Y qué me decís de la alegría? Esta emoción mola un montón. Nos regala momentos increíbles, nos ayuda a socializar con otros y a ver las cosas desde otro punto de vista, mucho más optimista. Nos predispone a dar lo mejor de nosotros, a sacar lo mejor de los demás y a compartir todo lo bueno que tenemos y somos. También nos rompe, rompemos a reír, y eso también ayuda a recolocar piezas desde otro lugar distinto al de la tristeza. Una sonrisa, un baile a media noche, un brindis con cervezas con un amigo que hace mucho que no ves, un chiste malo y la risa que desencadena, una guerra de cosquillas, un gesto de cariño, un abrazo… cuantos actos de alegría nos puede venir a la cabeza y a veces, como está bien visto y es lo que toca, no valoramos tanto. La alegría también hay que cuidarla y también hay que permitirse sentirla en su totalidad.


Seamos locos y locas que sienten, que viven la vida con las emociones presentes. Que sepamos reconocerlas en nosotros y que aprendamos a reconocerlas en los demás. Que las compartamos y expresemos. Y sobre todo, que aprendamos de ellas, que tienen mucho que enseñarnos. 

Eso nos hará auténticos y auténticas y ser autentico y autentica es el mejor regalo que te puedes hacer a ti mismo.