Y un día se rompió.
Tenía la jaula más bonita de todas. La más elegante, correcta, brillante.
La jaula más especial del lugar.
Y si, parece que jaula y especial, no casan muy allá.
Pero es que dentro estaba ella, y por mucha jaula en la que se quisiera encerrar, lo de especial no iba a cambiar.
Todos pensaban que era el amor lo que la mantenía encerrada en aquel lugar. Solo ella sabía que en realidad era miedo a fallar.
El miedo pudo con ella. El miedo a hacer daño a las personas que quería, el miedo a no tener su identidad, el miedo al qué dirán.
Pero también era el miedo lo que hacía más perfecta la jaula, más fuerte y más distante a las demás. Tenía miedo de no saber querer como la pedían, miedo de volver a recibir otro duro golpe que la distanciara aún más o miedo a como pudiera reaccionar si pedía un abrazo en un mal lugar.
Para ella el miedo siempre había sido motivación que superar, y en su jaula, se había convertido en la excusa para no hacer nada más, más que estar, aparentar y aguantar.
Aparentar y aguantar.
Y lo más curioso de todo es que el único miedo que todos pensaban que tenía, por lo que no era capaz de hacerse valiente y salir a volar, era lo que ella más anhelaba en realidad.
La soledad.
Hubo veces que la puerta estaba abierta, pero el miedo no la dejaba avanzar. Otras muchas que se envalentonaba pero se partía cuando chocaba y tenía que volver a su lugar.
Golpes, vacíos, lágrimas. Culpas. Motivos para acabar.
La verdad. La realidad. En un reflejo. En forma de pregunta.
El golpe más duro que tuvo que asimilar. Que aceptar. Y que tiempo más tarde se intenta perdonar.
Pero como empieza la historia, tras ese duro golpe, se rompió.
Se rompió ella, dentro de su jaula, en mil pedazos que aun hoy alguno le cuesta colocar.
Y al romperse, como pasa en la vida, encontró la capacidad de superar el miedo a fallar. Se había roto, había fallado, ¿para que seguir más pudiendo volver a empezar?
Y esta vez, abrió ella la puerta de la jaula, y decidió volar.
No ha dejado los miedos atrás, ni los golpes que recibió, ni los vacíos con los que se encontró.
Pero al volar, se dio cuenta de que puede con más. De que las alas que tenía habían crecido, fortalecido y abarcaban más.
Vuelve a su jaula, ahí está todo lo que ella es, lo que ha vivido, sentido, pensado, crecido y creado. Y también todo lo que vivirá, sentirá, pensará, crecerá y creará. Porque la jaula forma parte de ella.
Aunque ya no es tan perfecta, ni tan pequeña. Es lo que tiene romperse, que te permite reinventar. Y su esencia, no va a faltar.
Y por eso, cuando no sabe dónde está su lugar, cuando la herida escuece de más o cuando el miedo parece que se quiere apoderar, la jaula es el refugio donde ella se permite reinventar. Creer. Soñar.
Y sobre todo, coger fuerzas para verse de nuevo CAPAZ.
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