Entonces me acaricio suavemente la mejilla con la mano.
Estuve a punto de caer en coma de pura sensación de bienestar.
Luego retiro la mano de mi mejilla.

Quise gritarle "¡ Quédate!", pero no conseguí articular ningún sonido. Tenia el corazón demasiado oprimido viendo como salia de mi vida por el paseo del lago.
Evidentemente había sido absurdo abrigar la esperanza de que podía pasar con el otra noche como aquella. O miles. Pero saber una cosa no te protege del dolor.
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