¿Nos dan miedo a las emociones?
¿Las
evitamos?
Muchos podréis decir que estoy loca,
que a veces lo estoy un poco, y que se me ha ido la pinza y todo el mundo
disfruta de las emociones y le encanta sentir, pero humildemente creo que no es
así.
Párate un segundo y piensa la última
persona que viste llorar o a aquella que viste triste y te mostró su tristeza. Y
ahora recuerda a alguien que reía a carcajadas o que te hablo de algo
maravilloso que le había sucedido.
Probablemente encuentres antes un recuerdo
de la segunda propuesta que de la primera, y ambas son emociones y ambas las
sentimos a lo largo de la semana, en mayor o menor intensidad. ¿Cuál es la
diferencia entonces?
Pues creo que es clara, aunque no se
exprese muchas veces, la alegría esta socialmente aceptada y es positiva y
buena, mientras que la tristeza tiene siempre una connotación negativa y va
unida a esa típica frase de “Pero no estés
triste, tampoco es para tanto. Ya pasará”.
Pues claro que la tristeza va a
pasar, igual que el enfado y la alegría, pero debemos darnos permiso a
sentirlas.
Enfadarse de vez en cuando no viene
nada mal, al contrario, es bueno para nosotros, nos ayuda a marcar limites, a
demostrar a otros lo que no nos gusta o aquello que no sienta mal y nos puede
herir. Es cierto que cuando el enfado es desmedido puede herir a los demás, por
ello hay que saber controlar y sobre todo saber expresar nuestro enfado, pero
hacerlo y no guardarlo, porque un enfado reprimido puede consentirse en una
bomba a punto de explotar en cualquier momento, y ¿sabéis lo que pasa con esa
bomba? Que o explota con la persona que no se merecía que explotase o la explosión
es tan grande que lo desborda todo y arrasa, y tras ella deja nada.
La tristeza, a mí me gusta la
tristeza. Me gusta tener momentos de ausencia, porque me enseña a valorar lo
que tengo y me ayuda a ponerme metas para trabajar y conseguir aquello que me
falta. También me regala momentos de recogimiento, de autoescucha, de pensar en
mí y cuidarme. Me hace tomar conciencia de mi vida, de lo que va bien aunque a
simple vista no sea capaz de verlo y de lo que falla, y detectar porque falla y
como puede mejorar. Esto no quiere decir que me pase los días tristes, pero si
un día me levanto más apagada, me lo regalo y lo disfruto de otra manera. Seguro
que gano más que escondiéndolo y mostrando una triste sonrisa. Y llorar,
pues también lloro, y antes me avergonzaba hacerlo y reconocerlo pero ahora no.
Para mí no es señal de debilidad, al contrario, para mi es fortaleza. Me rompo,
rompo a llorar y una vez que he llorado, veo las cosas con más claridad, me
recompongo y vuelvo a la carga. A veces es bueno romper, te da la oportunidad
de recolocar las piezas y ver las cosas desde otra perspectiva.
Miedo, que bonito es el miedo. Nos pone
alerta y nos recuerda que no todo lo podemos hacer y que reconocer eso ya nos
hace enfrentar al miedo. No podemos dejar que este nos paralice por completo,
pero si ese ratito que nos da la oportunidad de valorar las diferentes opciones
y decantarnos por la que más viable y positiva puede ser para nosotros. Me gusta
tener presente la frase que dice “los
valientes no son los que tienen miedo, sino aquellos que a pesar del miedo
siguen su lucha”.
¿Y qué me decís de la alegría? Esta emoción
mola un montón. Nos regala momentos increíbles, nos ayuda a socializar con
otros y a ver las cosas desde otro punto de vista, mucho más optimista. Nos predispone
a dar lo mejor de nosotros, a sacar lo mejor de los demás y a compartir todo lo
bueno que tenemos y somos. También nos rompe, rompemos a reír, y eso también ayuda
a recolocar piezas desde otro lugar distinto al de la tristeza. Una sonrisa, un
baile a media noche, un brindis con cervezas con un amigo que hace mucho que no
ves, un chiste malo y la risa que desencadena, una guerra de cosquillas, un
gesto de cariño, un abrazo… cuantos actos de alegría nos puede venir a la
cabeza y a veces, como está bien visto y es lo que toca, no valoramos tanto. La
alegría también hay que cuidarla y también hay que permitirse sentirla en su
totalidad.
Seamos locos y locas que sienten, que
viven la vida con las emociones presentes. Que sepamos reconocerlas en nosotros
y que aprendamos a reconocerlas en los demás. Que las compartamos y expresemos.
Y sobre todo, que aprendamos de ellas, que tienen mucho que enseñarnos.
Eso nos hará auténticos y auténticas y ser autentico y autentica es el mejor regalo que te puedes hacer a ti mismo.