Esta aventura llega a su
fin y con ella casi toco el final del verano, un verano cargado de recuerdos,
historias, personas y sobre todo lecciones bien aprendidas.
Puedo decir que este
verano me ha enseñado a cerrar heridas y a curarme. Me ha regalado una fuerza
extra. Y me ha grabado una gran lección, “allí donde tienes tu corazón, tienes
un tesoro”.
Durante estos meses me he
repetido día tras día una pregunta, de esas que son sencillas de formular y
responder si lo haces sin pararte a pensar, pero complicadas si te propones
contestar sinceramente (supongo que como la mayoría de preguntas que nos
hacemos y repercuten en nuestra vida), y la sencilla y compleja pregunta es “¿Allí
donde yo diariamente pongo mi corazón reconozco un tesoro?”, también me la
formulaba de otra manera, “¿Quiero el tesoro donde pongo mi corazón día a día?”
o “¿En verdad pongo mi corazón en eso que considero que me hace feliz, y por
tanto, cuido o debería cuidar cual tesoro que es?”
Cambiar la forma de
preguntarme lo mismo, era por facilitarme la tarea de contestar, pero no lo
lograba, al contrario complicaba las cosas aun más.
Después de todo el verano
dándole vueltas y consiguiendo pocas respuestas sinceras, aquí en Sevilla he
encontrado la respuesta. Tras días un poco raros, me he dedicado a observar a
la enana de mi prima, y he comprendido lo que es poner el corazón en algo, y
considerarlo por tanto un gran tesoro. He visto como todo los momentos
importantes para ella en casa están acompañados de su mantita rosa, como la ayuda a crear un sillón súper cómodo
en el suelo, como la arropa cuando tiene algo de frio y como la da seguridad y
se lleva los miedos a la hora de irse a dormir. He descubierto el papel tan
importante que tiene para ella su mama, es su compañera de camino, a la que le
cuenta los secretos en el oído para que nadie más los oiga, como juega con
ella, regaña con ella y la regala un “te quiero mucho”, y aunque se enfaden, se
peleen siempre hay una bonita reconciliación en la que no se guarda nada de
rencor. Como busca los abrazos de papa, sus miradas de complicidad y la aprobación
de él diciendo que son del mismo equipo, del mejor.
Y ahí, me descubro yo en
mi día a día con muchas personas, en muchos lugares y con muchas tareas,
propias o encomendadas, adquiridas por propia voluntad o prestadas de alguien
que en ese momento se descargo conmigo y no reconozco tesoros en todos esos
sitios, aunque muchas veces si reconozco mi corazón, porque reconozco el dolor
que me produce perderlo o la rabia porque no salga bien.
Y aquí va mi propósito de
este curso, quiero poner mi corazón en aquello que quiero considerar un tesoro,
y responsabilizarme de cuidarlo, quererlo, trabajarlo, como un tesoro merece,
aunque suponga renunciar a diferentes partes de mi vida, que quizás no son el
momento de cuidar o quizás no son mis tesoros. Es hora de priorizar, de
decidir, desde el corazón y contando con lo que Él quiere para mí. Es hora de
abrir los oídos y el corazón, ponerme en Sus manos, y decir de verdad, “Aquí
estoy Señor, para hacer tu voluntad”.